Paracaídas que llevan al cielo

Una vez soñé que vivía en el sueño de una joven de pies descalzos. Su imaginación, que en realidad era creación de la mía, hacía que ella volase por los aires de la ciudad con suma libertad, apuntando siempre a las nubes más bajas para beber el agua de la lluvia antes de caer al suelo. O robándose algunas prendas coloridas de los tendederos para luego lucirlas en lo más alto del cielo.

Todos en la ciudad parecían estar acostumbrados a sus travesuras aéreas, pero mi curiosidad y su aparente belleza -la veía desde el suelo- hicieron que la quiera conocer. Lo más frustrante era no poder desafiar las leyes de la física, a pesar que era autor intelectual de mi propio sueño. ¡Hasta en mi imaginación, ella dominaba mis habilidades! Esa bella dama parecía dominarme desde lo más creativo de mí, y hacía de mis ganas por conocerla un verdadero reto a mi imaginación que se enfrentaba a sí misma. Ella, esa linda chica, era mi imaginación.

Parecía extraño que nadie se hubiese dado la tarea de conocerla, ni siquiera quienes vivían en los edificios más altos en la ciudad -o las agraviadas del robo de prendas por las azoteas-. Basta con verla caminar sin rumbo por el cielo para darme cuenta que ella vivía en un universo paralelo a la tierra, donde las nubes funcionaban como suelo firme. Entonces, si hablamos de un universo paralelo, lo que debería hacer es aterrizar en ese “otro suelo”. ¿Pero cómo aterrizar sobre una masa blanca muy inestable a la presión de mis huellas?

Lo que debo hacer, pensé, es aterrizar sobre ese cielo -o nueva tierra-. Pensé en el funcionamiento de los globos aerostáticos y me dispuse a coger varias bolsas plásticas para atrapar la niebla en horas de calor en la cima de los edificios, ya que esta se elevaba mejor que la niebla fría. Demoré un par de días para captar suficiente niebla caliente para hacer una especie de paracaídas que me lleve al cielo, al hábitat de tan misteriosa mujer descalza.

¡Y funcionó! Cada vez estaba más cerca, ella parecía esperarme tranquila desde arriba, sabiendo que la había visto desde el suelo con tanta admiración. Ella dio un par de pasos sobre acolchonadas nubes para tenderme la mano y así evitar que me eleve hasta el infinito. Recuerdo sus ojos, eran muy oscuros como su melena negra y algo lacia. Sonría sin mostrarme los dientes y su piel blanca, llena de lunares rosados, hacían el contraste perfecto entre la oscuridad y la luna llena.

Luego de tomarme de las manos, acercó mi cabeza a su pecho e hizo que escuchara sus latidos. El ritmo de su corazón hizo que mi perspectiva del mundo cambiase: ahora el planeta era el cielo que veía desde mi nueva tierra, las nubes.

De un momento a otro, un sonido estridente asusta a toda la ciudad. Volví mi mirada hacia la chica de pies descalzos, pero ya no estaba a mi lado, sino a varios metros de altura huyendo a toda velocidad. Cerré los ojos y tapé mis oídos con mucha fuerza. ¡La bulla era insoportable! Cuando abrí mis ojos nuevamente, estaba echado en mi cama con el despertador marcando las 8:00 a.m. Ahora me pregunto cuándo la volveré a ver; cuándo podré hacer nuevamente paracaídas que me lleven al cielo.

Foto: Flickr – U.S. Army Europe Images. Bajo licencia de Creative Commons