Se viaja no para buscar el destino, sino para huir de donde se parte

“El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios”, dijo el dramaturgo Carlo Goldoni. “Lo mejor de los viajes es lo de antes y lo de después”, añadió el ensayista belga Maurice Maeterlinck. “El que emplea demasiado tiempo en viajar acaba por tornarse extranjero en su propio país”, sentenció el filósofo René Descartes. Hablamos de viajar, algo tan sencillo y tan lejano cuando la rutina laboral absorbe tu vida.

A lo largo de mi vida habré viajado al extranjero unas tres veces (Estados Unidos, Bolivia y Chile), cifra que me agobia bastante. “¿Estás loco? ¡Cómo piensas irte solo!”, me dijo una vez Eliana Obregón, una amiga de la universidad acostumbrada a las expediciones más sociales que yo. No se trata que sea un aburrido -o no tenga amigos suficientes-, sino que cuando nadie comparte tu destino, mejor es lanzarte a la aventura como el mejor de los vagabundos.

Muero de ganas ahora de irme a La Habana, Cuba, por vacaciones. Otra vez pienso viajar solo para tener mayor libertad y evitar a los aguafiestas y ‘comodines’, los cuales no se arriesgan a la aventura. Son las dificultades de cada destino los que te marcan de por vida, como esa vez que me crucé con la barra brava de la Universidad de Chile en Santiago o cuando robé una pequeña tortuguita a una vendedora boliviana con el plan de robarle un beso a la mujer más bella del mundo -si estás leyendo esto, te diré que ya me sonrojé aunque no creas la veracidad de mis letras-.

Viajar es como nacer de nuevo, dije anteriormente en post. Y ahora deseo volver a hacerlo para despistarme con nuevas historias, amores fugaces y anécdotas de supervivencia básica. Pero saben, lo más triste de irte solo es que en algún momento, en la noche o en plena plaza, te das cuenta que tienes la posibilidad de conocer lugares impresionantes sin poderlos compartir con una compañera para toda la vida. A veces piensas qué diría a tus ocurrencias o cómo te tomaría de la mano mientras andas solo por las calles. Es un sacrificio con un objetivo muy cierto. Ya lo dijo el ingeniero español Juan Benet, “la soledad es la causa de muchos excesos de la teoría del conocimiento”.

* El título es una frase original de Miguel de Unamuno

Foto: André Suárez