Sobre las alas del dragón verde

Se hace tarde en Miraflores. El olor de tus dedos te mantienen lúcido mientras caminas por Berlín. Miras tu sombra menos difusa sobre el pavimento, te aterra la idea de que se acerque a ti hasta atraparte. Caminas rápido, miras por todos lados sin observar nada. Sientes soltura como para hablar con cualquiera, incluso con los inexistentes.

Miras el reloj, caminas-corres, persuades con la mirada, sientes la culpabilidad de que todos saben lo que has hecho. Hueles tus dedos nuevamente. Caminas como si el olor hiciera combustión en tus pulmones. Nada parece imposible, todo parece cerca, cualquier cosa te distrae. El pequeño tramo entre la ruta de regreso a casa y alguna librería (o local cualquiera) ocasiona cierta energía por cambiar la rutina.

Llamas al primero de tu lista, quieres seguirla hasta cagarla con el alivio que tu otra personalidad sabrá resolver las consecuencias. Nadie te contesta. Sabes que no debes llamar a los proyectos pendientes de conquista. “No la jodas aún”, te dices. “No seas huevón”, te confirmas. Miras con quienes andas, aún no es la hora de las mujerzuelas, de los travestis, de los hombres solitarios de billeteras infladas.

Camina, camina, camina. Rojo. Camina, camina, camina. Miras la tarde, vas por un trago, hueles nuevamente tus dedos, terminas el trago de un sorbo entusiasta y vuelves a caminar. ¿Por qué diablos se llama esto Parque Kennedy? ¿A dónde va toda esa gente? Recuerdas la trama de la cinta The Truman Show. Todo parece un escenario, una larga escena merecedora de la mejor censura por el control parental.

Llegas a casa. Sacas la llave de la puerta principal y abres la puerta incrustando el objeto metálico como si apuñalaras la puerta. No hace hambre, solo sueño. Caminaste distritos de distancia, poco interesa, duelen los pies, pero no la conciencia. Incluso cuando quieres cagarla, no hay suficientes cómplices en 24 horas. Echado en la cama, cierra los ojos, huele tus dedos. Descansa, duerme y vomita. Vomítalo todo.

Foto: Photopedia – Bajo licencia de Creative Commons y Stefano Costanzo