Termino contigo pero mañana volvemos, ¿sí?
Hace unos días me tocó escuchar el caso de una joven que lamentó haber terminado con su enamorado por una pelea más en la relación. El motivo de la ruptura fue la falta de atención del chico, algo sumamente lógico, pero sucede que no es la primera vez que terminan por el mismo tema, sino una cantidad “n” veces determinada. Lo peor, pienso, fue que ella se dejó sucumbir por unos mensajes románticos que recibió en su celular, detalle que el joven no hizo hasta que terminó con ella.
Fiel a mi estilo, le dije que eso no significa nada, pues algo es escribir y otra es hacer o sentir lo que escribes. Creo que no me prestó atención, pues el brillo en sus ojos auguraba un perdón al joven para regresar a ser pareja. Me pregunto si esa práctica es sana; es decir, terminar para luego volver porque se nota cierto cambio en la pareja para bien.
Algo que todos deben saber es que dicho cambio momentáneo durante la ruptura es una actitud motivada por la ausencia de la otra persona y no necesariamente por voluntad desinteresada. Por ejemplo, no pasa que cuando regresan también vuelven los problemas que antes nos quejábamos. Esto ocurre porque nos dejamos llevar por las apariencias en momentos que dudamos si hicimos lo correcto al terminar, pues no conocemos aún a otra persona que nos llame la atención.
Las “falsas” rupturas que acaban siempre en reconciliación muestran un goce por los altibajos emocionales, mas no por la estabilidad. En cristiano, cuando se termina con una pareja caemos en un bajón emocional hasta que volvemos con ella para sentirnos en el pico máximo de felicidad. El cambio anímico abismal resulta muy emocionante, pues se pasan de dos extremos en solo minutos de volver a la relación.
El problema radica en que dicho cambio mediático podría resultar más apasionante que la estabilidad plena, algo que las parejas entienden como una rutina sin mayores sorpresas. Nada más equivocado, pues si se siente más placer en estados críticos que en el cariño encomendado entramos a una contradicción tremenda, ya que nadie quiere estar con alguien para luego pelearse. O, peor aún, buscar a quien corresponda nuestros caprichos cuando la relación se trata de dos personas.