Cómo diferenciar la sinceridad de la obsesión
Hay veces que queremos decir muchas cosas bonitas a alguien y no podemos por el prejuicio del resto. Incluso, hasta deseamos mandarle un regalo, pero nos detiene el miedo sobre qué pensará por el detalle. El problema está en no poder distinguir las acciones sinceras de la obsesión.
Una posible solución sería utilizar el manual del número perfecto para no ser stalker, pero la medida no es el santo remedio para los impacientes. Según la Constitución, todos nos regimos por el principio de presunción de inocencia; no obstante, nadie rige legalmente en las resoluciones del corazón.
La mejor manera, pienso, de evitar largos dilemas es basarse en el principio de reciprocidad. Al mostrar nuestro cariño existen dos posibilidades: puede tomarse como una gesto tierno y sincero, o tildarse de obsesionado por un acto inesperado. Por ejemplo, sientes muchas ganas de enviar un regalo a una chica que pocas veces encuentras. La intención es desinteresada, por lo que no hay mayor objetivo que hacerle un presente para que sonría por el detalle. Cuando ocurre la entrega, ella puede verse muy feliz por el obsequio o extrañada por el detalle de un sujeto que no considera su amigo; es decir, por un obsesionado que no reconoce su condición de extraño.
Luego del gesto desinteresado, habría que esperar un tiempo para saber cómo actúa la otra persona. Si esta decide responder con otro gesto o en una atención desinteresada para conocerte, existe una noción de sinceridad sobre tus acciones. Sin embargo, si nunca más te saluda o resta importancia al gesto sincero, habría la posibilidad que se haya sentido incómoda y piensa que eres un stalker.
Fito Páez dijo que “Dar es dar”, pero no todo es tan fácil como la canción. El riesgo, como pueden darse cuenta, está en que siempre debemos tomar la iniciativa para conocer la respuesta inicial del resto. Mejor es no insistir, porque modificaríamos dicha respuesta por nuestras expectativas sobre el detalle que hicimos. Es decir, mejor es escuchar un “Gracias, lindo tu regalo” a que un “¿Cuál regalo? Ah, ese… Sí, gracias”.
[…] Hay días que me siento como un niño en una cristalería: un torpe inocente que teme romper cosas por sencilla casualidad. Específicamente percibo esta sensación cuando conozco a alguien y no sé cómo actuar para mostrar lo que siento, pese a que actúe con mucha sinceridad. […]