Mi último tesoro
Soy ladrón y mi botín, tesoros insignificantes guardados en baúles de objetos perdidos o de los que hago perder. Mi fortuna son los recuerdos; mi riqueza, las sensaciones y la tangibilidad de mi historia a partir de la colección de lo ajeno y prescindible. Es hacer de mi relato el museo extraviado de los demás.
Mi última adquisición, la libreta de quien perdió la voz en la noche que no supimos despedirnos. Cada hoja es su palabra viva de una voz afónica de quien no sabía cómo hacerse entender en las horas previas del adiós, de los abrazos largos que duelen a desgarro. Son letras que no podrán alterarse con el tiempo ni tergiversarse con el olvido, testimonios de las emociones en momentos en los que se detuvo el tiempo hasta lo inevitable que es el silencio detrás de las puertas a la hora -y maldita la hora- de decirse adiós, sin que duela menos abrazarse del amor de quien prometió amarla toda la vida.
Y es que guardo esta libreta con el recuerdo de no haber confesado la tristeza del “hasta luego” por miedo a entristecerla y como registro literario para los archivos de la nostalgia. Así, puedo traerla de vuelta de donde ha ido para acariciar sus sueños mientras yo, al mismo tiempo, sueño con acariciarla y haberle dicho lo agradecido que me siento de tenerla en mi vida.