Lo que nadie se imagina 32

Sigisberto Bonanza es un misterio, aunque no un ser extraño en medio del gentío del Vichama, donde puedes hallar a cada insólito personaje de esta ciudad. De las veces que he ido en las últimas semanas, me ha intrigado un sujeto muy particular ubicado en la esquina de la barra, sentado junto a una botella de cerveza y escuchando música a través de audífonos, algo bastante raro si hablamos de un bar donde la música revienta hasta estremecer las paredes.

Supe su nombre a través de los meseros del local. Parecía que conocía a algunos de ellos, así que de curioso me tomé el trabajo de preguntar a cambio de una propina extra. Me dijeron que siempre viene una vez al año para hacer exactamente lo mismo que estoy viendo ahora: sentarse en la esquina de la barra, pedir unas cervezas y oír música en privado.

Algo tiene ese sujeto.

Mientras esperaba a mis amigos -siempre tan impuntuales-, me acerqué donde Sigisberto para tratar de entender qué diablos tanto escucha a través de los auriculares ante tanta bulla. Obviamente no sabía cómo iniciar la conversación con un extraño. Traté de ser empático ante algo que me pareció tan extraño como inexplicable. Creo que es tener paciencia ante lo desconocido.

“¿No te gusta la música de aquí?”

Le pregunto en voz alta mientras me siento a su costado en la barra. No tengo respuesta. Me doy cuenta que debía llamarle la atención antes de hablar, pues los auriculares le cubren todo el oído. Eso me hizo sentir más incómodo. Le toco el hombro.

“Disculpa, el mozo te está llamando…”

Mentí. Solo quería que se saque los audífonos por un instante. Sigisberto pregunta al barman y le dice que no es así, que todo fue una confusión. Aproveché su regreso al extremo de la barra para insistir nuevamente.

“Me da curiosidad… ¿No te gusta la música de aquí?”

Sigisberto me mira a través de sus lentes negros y considerablemente anchos. Me parece que tiene cuatro puntos de medida en cada ojo, pues noto cómo el aspecto de su rostro se desvirtúa debido al aumento de los lentes. Me mira como si me agradeciera la pregunta para cederle la palabra. Se acomoda en la silla, toma un trago de cerveza y se cubre la boca para eructar educadamente.

Me cuenta su historia.

Una parte en todas las canciones… No precisamente el coro, pero hay una parte en la que mezclamos el recuerdo con el sonido, el tiempo, el espacio y las sensaciones. Es un punto muy específico donde sientes un chispazo en la memoria y recuerdas… Recuerdas todo solo en ese instante de música.

Dicen que la memoria viene más por el olfato que por el oído, pero guardar recuerdos en un lugar como este, que prácticamente huele igual todos los días, requiere de ayuda extra. He venido muchas veces, pero hay una en especial que quiero recordar para siempre.

Fue una noche de verano, precisamente el 12 de marzo de 2015. Sí, exactamente como un día como hoy pero hace tres años. Vengo haciendo esto desde aquel entonces en la misma fecha. No me tomes a mal, pero qué mejor momento para refrescar la memoria cuando el mundo se ubica en el mismo lugar en relación al sol. Ya te dije, todo suma para la memoria.

A eso de las 12.34 pm volvía del baño en dirección a la mesa donde me esperaban mis amigos. Había harta gente en medio de la sala de baile. Decidí atravesarla por el medio, porque quizá me encuentre con algún conocido. Me ha pasado varias veces.

Fue en eso donde me toman de la mano. Era una muy suave, algo huesuda. Era de una mujer.

Me quedé helado cuando volteé la cabeza para saber de quién se trata y toparme con un rostro desconocido, tan desconocido como imposible, pues una mujer así uno no se la encuentra todos días.

Era bellísima…

Nos miramos a los ojos y en menos de lo que dura una ilusión imposible me besó. Fue tan rápido que no pude quedarme embobado en los detalles de su rostro, de sus ojos, de sus contornos. Solo sentía su silueta y reconstruía su cara a partir de lo que por lógica debería estar allí mediante pequeños detalles.

Tenía dos ojos. Noté algo de azul, tendría entonces los ojos de color océano. Sus manos huesudas daban cuenta de su cuerpo esbelto y sus mejilla pegadas al pómulo, delgadísima. El brillo opaco de la punta de su nariz daba cuenta de algo de base. Cuando sentí su nariz cerca a la mía sentía que era algo respingada.

Yo y mi estúpida costumbre de cerrar los ojos al besar. Pude abrirlos a tiempo para ver algo más de ella. Su piel era blanquísima. Se le escapaban un par de cabellos de su único moño. Era castaña.

Me quise alejar para ver su rostro por completo, pero ella se pegó a mi pecho. “Bailemos”, me dijo.

No cruzamos palabra durante tres. Por instantes me abrazaba más fuerte y es cuando le correspondía por la simple empatía que generan los abrazos incluso de los más extraños. Había humildad en ella, quizá una historia por contar, había algo dentro de ella que brotaba de su cuerpo en cada esfuerzo por hundirse en mi pecho. Sentía sus respiraciones.

Antes de empezar la cuarta canción, pasó sus manos por mi cuello y acercó su boca a mi oído.

“Baila como si bailaras con una mujer que va a morir mañana”.

Dos minutos y treinta y cuatro fue lo que duró esa última pieza musical. Me dio otro beso, hago la torpeza de cerrar los ojos y al abrirlos ella simplemente desapareció. Miré a todos lados buscando explicaciones, pero incluso estando entre tanta gente, nunca hay testigos de lo que uno cree vivir en sueño.

“…Una mujer que va a morir mañana”.

No hallaba respuesta. Caminé muy pensativo donde estaban mis amigos y veo en el suelo, precisamente junto a la barra, había una peluca del mismo castaño que había observado minutos antes.

Salgo del local para observar si había algún otro rastro de ella. Me doy cuenta con que no hay nada. Desapareció.

“Morir mañana”. ¿Qué me habrá querido decir? Quizá sabía desde antes que iba a desaparecer sin dejarme pista alguna. Existió solo por un instante y murió al acabar la canción e irse de manera tan fugaz. ¿Y si realmente tenía algo y se iba a morir mañana? Quizá sí murió desde el instante que nos dejamos ver. ¿Qué diferencia hay entre la muerte y la distancia? Si ya estás lejos y simplemente no estás, es algo así como estar desaparecido y la muerte de alguien es eso… Es desaparecer.

Ella “murió” al irse así tan de repente. Quiero pensar lo contrario, por eso vengo cada año, el mismo día y me siento aquí para ver si regresa.

Ah, y los audífonos. Escucho siempre las mismas canciones que bailé con ella al estar aquí. Si por suerte aparece, podré presentarme y decirle “Hola, ¿te acuerdas de mí? Estas canciones las bailamos juntos” y dar con esa parte que le dé el chispazo que te decía. Esa parte de la canción que no es el coro y puede activarte la memoria. Además, eso me ayuda también a recordar esa noche y tener todo listo para acudir a ella sin titubear en las escenas del pasado. Quizá su memoria sea frágil, la música la ayudará y yo no quiero olvidar simplemente.

¿Nunca te ha besado alguien que sabes que en tu vida nunca volverás a besar a otra persona así? ¿Un beso con alguien que solo ocurre una vez en la vida? Quiero creer que no ha muerto. Solo es un día al año que estoy aquí así buscándola. Quiero verla otra vez, escuchar su historia, saber que está viva. ¿Por qué me eligió? ¿Como puedo ser digno para alguien cuya muerte iba a ser una día de “mañana” de hace algunos años?

Quiero creer que está con vida. Quiero sacarme el tormento de que lo mejor que me ocurrió, ese beso inolvidable, no me lo dio una mujer que ya está muerta.

¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?

Me tocan el hombro y son mis amigos. Finalmente llegaron. Me jalan para atrás y no pude despedirme de Sigisberto.

Mis amigos me preguntan con quién conversaba.

“Con un denso de mierda”.

Me sonrojo por mi respuesta. Solo no quería dar explicaciones. De reojo veo que terminó su vaso y procede a irse del local. Sigisberto cruza la puerta. Desaparece. “Murió”.