La dictadura del entendimiento

“¡Pero no me entiendes!”. Siempre he pensado que esta frase es peligrosa cuando tratamos de argumentar sanamente y mantener las formas, pero siempre acaba en una discusión interminable. El entendimiento es una especie de arma en el que la razón parece única, pero tan única que su sola mención en un debate la hace categórica hasta el punto de que debe cambiar las mentes del planeta.

Sabemos que eso nunca sucede, por más razón que uno tenga, por más poderoso argumento que exista en el mundo de las letras, porque sucede que la frase “¡Pero no me entiendes!” origina lo que yo llamo la paradoja de la fuerza imparable que choca contra un objeto inamovible. Como se imaginan, el resultado es el desastre.

Veamos un caso

Vayamos al terreno de la vida cotidiana. Imagina que discutes con alguien sobre cualquier tema. No importa realmente el motivo. Habrá un punto en el debate que ambos defienden la esencia de cada idea, porque eso siempre sucede cuando uno argumenta con los demás: desarrolla su idea hasta dar con la partícula más indivisible, el átomo de nuestra idea.

Ya para este punto, no hay forma de convencer al otro de que tenemos razón. Obviamente, este otro también tendrá su razón que es incompatible con la tuya. Es entonces cuando uno cree que el error no está en la idea, sino en cómo se explicó.

Allí entra la frase “¡Pero no me entiendes!”.

La discusión vuelve entonces no hacia las ideas, sino en un intento constante de tratar de mejorar la comunicación para decir prácticamente lo mismo pero con otras palabras. El “no me entiendes” se vuelve así en una especie de insulto al entendimiento. Es como decirle “bruto” al receptor de nuestro mensaje.

Mi salida favorita

Me tomó mucha paciencia entender que las ideas no se entienden por la lógica del entendimiento y la racionalidad, sino también por las emociones. No solo se tiene razón, sino se “siente” que así deben ser las cosas. Y ese sentir es justo lo que corrompe el diálogo, porque personalizas las ideas, las haces tan tuyas que eres incapaz de contradecirte o de entender el “entendimiento” del interlocutor.

Para esto siempre tengo una frase maestra. Espero que alguien le ayude.

“No es que no te entienda. De hecho, entiendo todo lo que me estás diciendo y la lógica de tus ideas. Pero que te entienda no significa que automática cambiaré de opinión. Solo tengo una perspectiva distinta, porque mi experiencia me llevó a esta conclusión. Sí te entiendo, pero no comparto lo que dices, y no lo comparto porque pienso que las cosas pueden ser diferentes. Es cuestión de fe”.

Touché… Porque creo que de eso trata las ideas: la fe en algo tan nuestro como nuestras ideas, y estas llegaron a nosotros no por la lógica y el raciocinio, sino que además hay algo emocional que nos hace tan obstinados. Quizá eso sea el átomo indivisible de las ideas, nuestra fe en creerlas.