Lo que nadie se imagina 28
-Pajaro de mierda…
El señor Benítez presiona el freno a fondo de su auto, acciona el limpia parabrisas, su esposa grita hasta irritar al esposo logrando que él haga un silencio luego de insultar al pájaro que se estampó en su parabrisas en plena Costa Verde. Un pedazo del pico del ave se incrustó en el parabrisas, clavándola sin la posibilidad de retirarla y su cuerpo se balancea. Un giro brusco, el cuerpo del ave se mueve, se parte el pico, solo la cabeza del ave sigue incrustada… la señora se desmaya, los frenos fallaron en la bajada del Estadio Miraflores.
El auto cae y nadie puede auxiliarlo. Todos andan ocupados con el mismo problema que llevó a la muerte al señor Benítez: librarse del pájaro de mierda. En la Costa Verde los autos frenan al unísono y los gritos comienzan a escucharse en coro. Los que salieron a correr al borde de la pista fueron los más afectados: los pájaros picoteaban sus brazos que trataban de cubrirse el rostro. Atacaban a los ojos, al cuello y otros volaban alto para tomar velocidad en su caída suicida a la cabeza de los hombres, un trayecto suicida del animal.
-Cierra la ventana, Luis…
Ordena Mercedes Lizarraga a su esposo que están echados en el suelo de su departamento ubicado en la avenida Larco. Luis se apresura y cierra la ventana. Logra ver el panorama: los pájaron se estrellan contra los vidrios de los edificios, los vidrios caen en forma de esquirlas sobre los peatones que miran al cielo. Los cuerpos destrozados de los pajaros comienzan a caer desde un onceavo o décimo piso de las avenidas principales de Miraflores. Los niños, que paseaban antes del pandemonium, vomitan al ver los cuerpos triturados de las aves. Ellas sin cabeza, otras hundidas hasta el pecho por su impacto frontal y algunas disparan sus tripas como granadas al caer al suelo a la velocidad de su caída.
Mercedes llora abrazando a su hijo de doce años que aún no entiende qué sucede. La policía continúa sin entender la causa del desastre. Desesperados desenfundan sus armas y disparan al aire para atinar a una de las “hijas de puta, come plomo, mierda”, dijo el oficial Sánchez antes de ser atacado por una cuadrilla de pájaros. Su cadáver sin ojos en la morgue sería reconocido por su esposa a la semana siguiente.
La plaza central de Lima estaba cubierta por una sombra eterna hecha por los pájaros en su vuelo. Las personas temen, se cierran las tiendas, la gente que queda afuera grita desesperada al desconocimiento de lo que sucederá con ellos…
El presidente mira el cielo desde su ventana en el palacio presidencial. Mira sin temer, prende un cigarro… su silencio combina con sus ojos abiertos sin sorpresa alguna. Suena el teléfono estoicamente sin que el presidente le preste atención. Mira el reloj, las seis y cuarto de la tarde. Se sienta en su escritorio para revisar unos folios encargados para él, a su nombre.
Sin leer si quiera el título, levanta su pluma con una media sonrisa que oculta, en su otra mitad, el siniestro encanto del poder fecundado en la muerte.
El asistente presidencial, José Luízar, lo observa. Se seca el sudor con un pañuelo blanco que se va ennegreciendo mientras rosa su piel. Él aún no comprende lo que pasa, aunque se llenó de mentiras la boca para la prensa diaria.
El presidente se acerca y le da el folio. El asistente mira el folio. Comenzó al ataque de las pájaros kamikaze.
Foto: perceptions (on holiday) – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons