Amistades que duelen

La peor manera de evitar los prejuicios -sean contra alguien o una situación determinada- es siendo ingenuo de las intenciones de los demás. Hay veces en las que uno simplemente cree en la firmeza de las palabras, en la seriedad de una mirada, en la sonrisa de una confesión sincera… Pero todo eso acaba siendo una ilusión de lo políticamente correcto. El arte de fingir algo que no eres con la finalidad de nunca quedar mal, y en el camino desgastar conceptos que alguna vez tuvieron valor moral.

La ingenuidad

Resulta difícil poder diferenciar hasta qué punto la ingenuidad es producto de una firme confianza en la palabra del otro o simple fantasía sobre una humanidad de la que siempre debemos dudar, incluso con el peor de los prejuicios. A veces resulta mejor equivocarse desconfiando en el resto que acabar decepcionado por haber creído ingenuamente a alguien que nunca fue lo que realmente era.

Es en esta dicotomía en la siento con toda mi alma donde habitan las amistades que duelen.

Duelen…

Las amistades que duelen son aquellas que mientras te saludan con una mano, se van despidiendo con la otra. Algo así como si la amistad fuera una zona franca en la que no hay amistad, en la que no hay ni mierda, sino un silencio eterno donde todo aparenta estar bien… pero en la que todo también carece de significado. Las amistades que duelen son las que el vacío domina el escenario de algo que nunca tendrá un final. Hablo de un espacio echado a perder, un concepto hueco…

Una amistad desapercibida y condenada…

Esas son las amistades que duelen: las que nacen inocentes como viles hipocresías de las relaciones públicas entre dos seres humanos.