Ojos contra la lluvia

Hay un momento de nada cuando te echas sobre la arena y sin temor a herirte los ojos, observas cómo el cielo cae sobre tu rostro en forma de pequeñas gotas de lluvia. Y te quedas así, inmóvil hasta notar que las nubes y el espacio están compuestos por pequeños átomos que logras observar con el rabillo del ojo. Y te quedas viendo como un tonto cómo de lo más profundo del espacio se orquestaron las condiciones perfectas para que cada gota de lluvia tenga un destino final sobre la dermis de tu cuerpo.

Cuando miro al cielo boca arriba, con mis ojos contra la lluvia, siento que el agua me atraviesa de lleno, como si pudiera meterse entre los poros y atravesarme la espalda. Siento además cómo las terminaciones nerviosas se adormecen para dar paso a un estado de plenitud, a una situación emocional que se encuentra en la nada y en medio de tantísimas estimulaciones. Siento que la vida se desdobla en una naturaleza infinita, siento cómo yo siendo un ser insignificante en realidad significo algo más para un macrocosmo infinito cuya milésima parte también está dentro de mí: los minerales de mi sangre, los organismo celulares de mi cuerpo…

¡Sientes cómo el universo te atraviesa! ¡Y ríes y lloras al mismo tiempo con rostro de nada! ¡Pierdes entonces el control de lo incontrolable!

Te desapareces en un barullo de nada. Escuchas algo que es nada. Respiras aire de nada.

Cuando miro al cielo boca arriba, con mis ojos contra la lluvia, siento que no debería sentir.