Golpes en el techo
No hay noche que no escuche golpes en el techo del departamento donde vivo en San Miguel. El ruido es medianamente considerable y siempre dura unos cuantos minutos entre las 9 y las 10 de la noche. Imaginé que estas cosas siempre ocurren en los departamentos, cuyas paredes y techos son cada vez más livianos. Con eso todo normal, pero me causaba intriga saber por qué todos los días el mismo ruido justamente a la misma hora y proveniente del mismo lugar, exactamente en el techo de mi dormitorio.
Pensé que sería un misterio más en la aburrida vida de André Suárez, hasta que una tarde abordé el ascensor. No sé ustedes, pero siempre tengo la costumbre de observar desde qué piso proviene la cabina del ascensor que abordaré para prever si habrá alguien adentro. Eso fue justo lo que hice y noté que venía del piso 10, uno más arriba del mío.
Cuando se abre la cabina, adentro había una madre con su hijo de 15 años aproximadamente. Saludo a ambos como de costumbre y guardo silencio. Nada parecía llamar la atención hasta que el joven comienza a golpear el piso con su pie con una fuerza considerable.
“Lo siento, señor, es que mi hijo se pone así cuando está aburrido o le da un berrinche”, me dijo la señora a modo de disculpa por haber interrumpido el silencio incómodo de los ascensores.
Una vez en el primer piso, madre e hijo se van juntos de la mano hacia la calle. Me quedé mirándolos por un rato para entender la escena y fue entonces cuando todo se reveló en mi cabeza: el joven sufre de síndrome de Down y sus padres parecen esforzarse para que éste duerma entre las 9 y las 10 pm, pero como él se resiste, golpea así el suelo para demostrar su negatividad.
Ahora que ya sé la verdad, el ruido nocturno se transformó para mí en la señal de una madre abnegada, en una prueba irrefutable de la entrega de una madre por amor a su hijo.