Lo bueno, lo agradable… lo incierto
Hay personas que no pueden separar el ego de lo que observan en el mundo. Reconozco lo difícil que es tratar de no intervenir en la realidad, incluso cuando tratamos de analizarla desde una perspectiva imparcial. Lo cierto es que nuestra visión del mundo -por más imparcial que parezca- es producto de una experiencia única. Por lo tanto, las perspectivas imparciales son construcciones independientes que pueden tener ciertos puntos en común, pero cuyo origen está basado en una experiencia de infinitas variables.
La imparcialidad es un discurso de la realidad y lo mismo sucede con el concepto de tolerancia. Existen tantas perspectivas sobre este último término que resulta difícil llegar a un consenso sobre qué es tolerancia; incluso, algunas propuestas nos pueden parecer intolerantes.
¿Qué podemos hacer para unificar innumerables perspectivas?
Yo propongo algo tan sencillo como lógico: diferenciar lo que te agrada (o desagrada) con lo que es bueno (o malo). Pensar de esta manera hace que el ego no intervenga en un argumento de gusto personal respecto a cierta problemática. Lo positivo de esto es que abre el debate para el análisis de construcciones lógicas, libres de toda interferencia emocional que lo único que hace es entorpecer el diálogo.
Que algo te desagrade no lo hace universalmente malo. Que algo te agrade no lo hace automáticamente bueno para todo el mundo. A veces queremos pensar que así deben ser las cosas, porque estamos acostumbrados a etiquetar las experiencias y crear discursos sobre la realidad para evitar la incertidumbre. En el fondo se trata de miedo a no identificar las experiencias, a no estar “programado” a interpretar y evaluar las percepciones del mundo a través de los ojos del otro, porque desconfiamos por naturaleza en las primeras impresiones.
Es curioso: ¿cómo podemos desconfiar por naturaleza y a la vez aceptar que nuestra identidad es producto de nuestra relación con el otro? Será que no estamos acostumbrados a aceptar nuestras propias contradicciones como parte de nuestra naturaleza humana. Somos seres inciertos que temen la incertidumbre y eso nos cuesta entender.