Mi nación extranjera
La globalización ha cambiado el mundo para siempre. Lo que antes era “propio de un país” ahora pertenece al bagaje cultural cosmopolita. Las viejas costumbres -el valor de lo propio- va desapareciendo con el tiempo, mezclándose con nuevas perspectivas y generando así nuevas identidades: el hijo danés de una pareja musulmano-francesa, por ejemplo, da cuenta del incesante flujo de inmigrantes gracias a las nuevas oportunidades que otorga un mundo interconectado cultural y socioeconómicamente.
Los nacionalismos -pienso- ya forman parte del pasado. Actualmente la figura sociológica del “otro” es un recurso demagogo para interpretar una realidad compleja. En Europa, por ejemplo, los partidos radicales de derecha recurren a esta ideología del valor patrio -basada en la vieja frase: “todo pasado fue mejor”- para rechazar las políticas de protección a los inmigrantes árabes.
El “otro” dejó de ser el vecino de siempre (por citar la histórica rivalidad entre franceses e ingleses) para convertirse en un grupo multiétnico internacional, que engloba la amenaza imaginaria contra una colectividad determinada y supuestamente oriunda de un territorio determinado.
“Si estás en mi país, ¡hablas inglés!”, “Lárgate a tu país y trabaja allá” y “Tú solo vienes a aprovecharte del trabajo de la gente blanca y honrada” son algunas frases que entrarían en la lógica xenofóbica que vengo explicando.
Lo curioso de esta situación es que los “otros” -esa masa multiétnica y extranjera- llega a transformarse en una sola identidad, desdibujando así las diferencias nacionales.
No importa que seas peruano, argentino o puertorriqueño, eres un latino y punto. Todos engloban esa identidad para los residentes y entre los “otros” sirve como elemento común de socialización.
Lo curioso de mi experiencia con toda esta lógica social es que mi grupo identitario no eran los latinos, sino los árabes e hindúes. Esto hizo que algunas veces experimentara anécdotas que nunca olvidaré en mi vida.
Como esa vez que un grupo de hindúes me regalaron una llamada telefónica y unos bocaditos cuando recién había llegado a Atenas -con mala noche incluída en el aeropuerto-. O esa vez que me regalaron una bebida de cortesía cuando solo había ordenado un kebab simple.
La mayor de las veces de este tipo de solidaridad fue con inmigrantes. Por supuesto que también hay gente maravillosa dentro de Europa, eso no lo ignoro y lo reconozco muy bien, solo que en este espacio quería hacer hincapie en esta figura social del “otro” como grupo intercultural, pero identitario con valores comunes.
Estas experiencias me hicieron recordar el Equipo Olímpico Atletas Refugiados. Esta singular delegación participó por primera vez en los JJ.OO. de Río de Janeiro en 2016. Todos los integrantes tienen en común -además del mínimo nivel deportivo- la cualidad de refugiado verificado por la Naciones Unidas.
Curioso tener una delegación -tipo un país- en el que tengas en común las dificultades políticas y sociales de representar a tu nación de origen. Imagina una nación multicultural por naturaleza. Usualmente la gente piensa que esto genera conflictos en el futuro, pero la naturaleza de los conflictos no está en la diversidad, sino en las normas universales de convivencia social.
Cuando me preguntan por mi país de origen, a veces ya me dan ganas de decir que solo “soy extranjero”, que pertenezco a esa nación donde todos los “otros” somos alguien ante las dificultades de estar lejos de nuestra tierra. Como los atletas que compiten por una medalla bajo una bandera universal de las difíciles condiciones humanas.
Foto: Scott – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons