Cosas de dos

Las camas doble plaza, las banquetas de los parques, las promociones dos por uno, los asientos del autobús… Hay cosas en nuestro entorno que fueron diseñadas para emplearse entre dos o más personas. Esta peculiaridad bastante obvia esconde algo más que siempre me llamó la atención: el alcance físico-psicológico de nuestra existencia en relación con las demás personas.

Con alcance físico me refiero a las magnitudes y proporciones de nuestro cuerpo en relación al objeto con el que interactuamos. Por ejemplo, el porcentaje que ocupa un cuerpo respecto a la banqueta de un parque diseñado para dos personas. En teoría es el 50% del espacio, pero a esta lógica hay que sumar el alcance psicológico del cuerpo en interacción con los demás.

El alcance psicológico viene a ser una especie de zona de confort en el que nuestra presencia -más allá de la física- se puede desarrollar sin sentir incomodidad alguna. Casi siempre es hasta cinco metros desde el centro de nuestro cuerpo en el que comenzamos a evaluar nuestro entorno y el espacio que necesitamos psicológicamente para sentiros augusto. La amplitud de esta zona varía según el universo simbólico de cada sociedad.

Volviendo al ejemplo de la banqueta, el alcance psicológico de nuestro cuerpo aumenta nuestras proporciones en el uso del asiento. Físicamente era un 50%, pero ahora un 60% ó 70% según la psique de cada persona. Pienso que esto hace finalmente que nadie se atreva a compartir las banquetas o cualquier otro objeto de dos cuando un extraño lo está ocupando.

Me parece que indirectamente es una especie de rechazo, porque negarse a compartir un objeto de dos con dicho extraño es dar a entender que a esa persona no la quieren admitir dentro de su alcance psicológico (o zona confort), porque se sentirían incómodas. Finalmente cada quien es libre de poder hacerlo con quien desee o sienta una confianza tácita para permitirse reducir su zona de confort en relación con el otro.

Pero qué tal si reducimos nuestro alcance físico-psicológico al máximo. Tendríamos más espacio para acoger a cuanta persona desee en las «cosas de dos» que ocupamos todos los días y la pasaríamos realmente bien, todos juntos como una gran masa sin evaluaciones del entorno y privatización tácita del espacio. Sentiríamos al fin que el mundo es de todos y de cada uno de nosotros.