Ahora que bebo café

Sírveme un poco de café, con dos “pero” que saben a incertidumbre con una pizca de melancolía. No tan caliente, por favor, que no es para tanto el frío, que mis manos descansan sobre una piel famélica de caricias, a una piel que tiembla ante la amenaza de besos corruptos a tu honrada confianza herida de muerte.

Gracias, entiendo que aquí no tomen mucho café, que me encanta beberlo para no dormir, que la vida huye mientras cierro los ojos inerte a soñar fantasías, que los sueños no inventan tus susurros que provocan ternura, que desquebrajan estos par de brazos cansados de cargar el luto de una historia que jamás contaré.

Que está rico, que bebo despacio, que el alcohol ya cicatrizó las heridas del alma… y que los “pero” aún endulzan el café que tengo entre mis manos, así como tus manos que descansan sobre las mías.

El café se hace más cargado, que lo bebo de a besos mientras evito la adicción, que respiro aquel aroma que exhalas cuando no entiendes lo evidente, cuando hablamos el idioma del silencio… y el café no se terminó, se quedó a la mitad, mientras el silencio cobijó con su velo las caricias que ahora desaparecen en un olvido voluntario, en un trato de dos chantajistas emocionales que se burlan de ellos mismos al borrar supuestas heridas nacidas del encanto, de la travesura, de la incertidumbre.

Así los “pero” se ahorran hasta nuestra siguiente tarde, cuando colmen las explicaciones a una sinrazón que todos parecen temer vivir. Mañana más tarde callaremos lo que nadie más escuchará, recordaremos lo que nadie más recordará y olvidaremos lo que quizás nadie debe olvidar…