No tiene mi nombre

Esta letra no es mía,
los pulsos que la escriben
tampoco son los míos.
Mis manos que te tocan
tampoco son las mías.
Los ojos que te ven,
los oídos que perciben
el silencio de mi placer
no son míos ahora.
Tampoco es de mí
lo que mi cuerpo no guarda:
el aire frío del pecho,
el suspiro que te llama
y el gemido atajado
por tu boca.
No tengo nada más
que el vacío natural
de las creaciones
más maravillosas,
esas que apiadan
el desvarío
transformándolo en prosa.
Sin más que los huesos,
el húmero, cráneo, clavícula,
los perdí la noche
que perdimos los miedos:
en la dermis que moldea
el más bello espacio
donde rendirse
siendo ligeros de aire,
tibios como lluvia
de rocío caída
del cuerpo desnudo.
El codo, el meñique,
el cuello, los hombros…
Las pestañas, el índice,
los talones, las costillas…
Fueron sus manos redentoras
que extendieron las fronteras
del cuerpo que posee,
abriéndome en cada respiro,
tallando con su aliento
el deseo de sentirse amada.
Cuestiona con la mirada,
se aferra a su posesión,
tiembla a la vez que pide
que no abandone su mirada.
La veo convertida en esencia,
atravieso sus pupilas,
navego en la oscuridad,
me hallo entre sus sombras,
nado cada vez más
haciendo de segundos
la eternidad multiplicada.
Mi piel dejó de ser mía
para desnudar el alma.
Absorbiste de ella
con tus ojos,
me la quistaste,
no la quiero de vuelta,
que aún así respiro.
No sé qué me sostiene
si mi cuerpo tiene nombre
pero no es el mío.
Así como esta boca
que siendo tuya
guarda el ‘te amo’
escondido en la fibra
más secreta del corazón.

Foto: quinn.anya – Flick. Bajo licencia de Creative Commons