Lo que nadie se imagina 4

Matilde Pereira era una profesora de inicial como cualquier otra en nuestra gran ciudad. Trabajaba en una escuela privada, encargado de unos 15 niños entre 4 y 5 años. Era la favorita entre las madres de familia, tan graciosa con los adultos y tierna con los niños más problemáticos. Nunca desdibujaba una sonrisa, parecía la profesora ideal, hasta que la más oscura de sus intenciones mancharon para siempre su expediente.

– Atención, niños. Hoy haremos algo diferente. Todos saquen un papel de su cuaderno y dibujen una linda carta para alguien a quien aman mucho, pero que está ahora muy lejos. ¿Listos, niños? Luego los ayudo a poner sus nombres al final del dibujo – ordenó Matilde.

Los menores la tarea con mucho detalle, dibujaron al supuesto personaje inventando como una bello amigo que se extraña a por montones. Unos lo dibujaban de piel rosa, cabello marrón claro y una vestimenta de colores cálidos. Matilde coleccionó todos los dibujos y los guardó en su maletín de cuero, sonriendo por lo que acaba de hacer.

Pasó el mediodía para que los niños dejaran el centro de estudios y regresen a casa. Matilde se despidió, como de costumbre, del director y de las auxiliares con mucha calma. Lo que no fue costumbre era la ruta de regreso a su casa. Tomó el camino que no debía tomar y el bus que tampoco debía abordar. Llevaba su maletín con mucho recelo, pero despreocupada por lo que estaba por hacer. Hizo una llamada por celular, pagó el pasaje y bajó la siguiente esquina, a unas cuadras para llegar al Penal de Lurigancho.

– ¿A quién busca, señora? – Preguntó el guardia de seguridad.
– Emilio Zapata, pabellón número tres – respondió Matilde, con un tono de voz que denotaba haber mencionado la misma frase desde hace cuatro años.

Matilde es conducida hasta la celda de Emilio. Ella abre su maleta y le entrega todos los dibujos que sus alumnos habían hecho en clase, sin antes darle un beso. Emilio se mete una mano al bolsillo, se frota el pene con especial gusto y se despide de Matilde sin antes agradecerle su visita.

La profesora Matilde regresó a clases la mañana siguiente. Una madre de familia le pregunta por los dibujos que hicieron los niños. Traga un poco de saliva, suda por las manos y atina a mentir. “Se los dí a una amiga psicóloga para que los analice”, inventó Matilde. Cualquier mentira vale, pensó una vez echada en su cama esa misma noche, cuando tuviste por novio a un violador de menores.

Foto: Giacomo Carena – Flickr. Bajo licencia de Creative Commons