Páter Zelus
La relación con mi padre siempre fue una tensa calma. Sin embargo, cada vez me convenzo que no somos tan diferentes como creemos, sino que tenemos actitudes muy iguales, pero en temas distintos. Es decir, existe una constante en nuestra personalidad para ser iguales en la forma de cómo cada uno se ha ido forjando ciertas característica con diferentes resultados. Resumamos que cada quien, mi padre y yo, tiene casi la misma disposición de su tabula rasa en aprender lo que nos deparó nuestras décadas determinadas.
A lo que iba con esta entrada era que recién me entero que mi padre tenía celos de sus amigos, tan viejos como él, porque con ellos me desenvolvía mejor que con mi papá. Cuando mi madre me lo contó a secas, quería caerme de la silla, ya que había una falta de contacto evidente que a mis 24 años aún no logro subsanar. Y no es que no quiera, solo que así ocurren las cosas porque pasan, y pensar en ello hace que uno entre en temas espinosos que mejor es dejar las cosas como están. En otras palabras, no tocar lo que fácilmente se puede romper.
Tanto fueron los celos, me contó al final mi mamá, que ese amigo se separó de la familia. ¡Quién iba a decirlo! Mi hermana Andrea, quien es hija de la primera relación de mi madre, me había dicho algo contundente que ahora lo recuerdo muy bien: “André, tú eres la hija que tu papá no tuvo”. ¡Exacto, de ahí los celos banales y su falta de contacto como para simular su autoridad paterna como simplemente un amigo! También es importante sumar la desventaja de ser el menor de los hermanos.
Hasta el momento, sé que él no está leyendo estas líneas. Es más, seguro que ni sabe de este blog, pero al menos aquí hay una constancia para acreditar en el futuro, ya cuando tenga mis hijos, que siempre me importaron estas cosas.
Foto: Wikimedia Commons – J. Hinton.