Nombre feo, persona bonita…

Recuerdo haber conocido a una chica llamada Eugenia. El nombre a secas diría muchas cosas sobre ella si te la imaginas físicamente, pero no sabes lo guapa que es. A lo largo de mi vida ha pasado que conozco personas con nombres feos -como Enriqueta, Alda, Josefina y un largo etcétera-, pero con apariencia física muy digna de aparecer en las revistas de modas.

Seguro que aquí volvemos a lo mismo de siempre, que la belleza es relativa y tiene mucha razón; sin embargo, ocurren coincidencias de este calibre. No sé si con todas las personas ocurre, pero como que es un fenómeno que casi siempre atino cuando me cuentan de alguien y me llama la atención su nombre.

Otro caso es el apellido, sobre todo con los extranjeros, pues te obliga a pensar en que esas personas no son como la mayoría con cabello negro ni perteneciente al biotipo nacional. Obviamente, sí, sé lo que estás pensando, existen excepciones, pero te cuento una tendencia muy personal que me ha ocurrido en los últimos 23 años.

Viéndome al espejo, bueno, me llamó André Jonathan, hecho que no me agrada mucho, pues mis nombres me parecen algo alienados para un idioma español oficializado en nuestro país. La magia termina, no obstante, con mis apellidos, así que asumo que no cumplo con la regla que vengo contando, ya que elementalmente no soy Brad Pitt para las féminas. Y si tú, quien ahora lee esto y me conoce en persona, piensas lo contrario, pues convénceme de que los chanchos vuelan.