Todos los humanos sin excepción

Hace varias semanas escribí sobre la tragedia de Aquiles, el héroe griego que nunca sintió valentía al saber que no moriría en combate. La reflexión giraba acerca de cómo las personas desean nunca equivocarse sin valorar lo que significa ser valiente cuando sentimos miedo. Como extensión de dicho texto, digamos que ese deseo por evitar errores corresponde sencillamente a que los humanos, todos sin excepción, no saben lo que quieren.

El tema no es nuevo, pues las personas varían sus intereses y expectativas dependiendo de la edad y las circunstancias. El solo hecho de querer algo hace que nos volvamos dependientes, incompletos, hasta inútiles por no contentarnos con lo que ya tenemos. No hablo simplemente de cosas materiales, sino emocionales como la búsqueda del amor no correspondido o la exigencia de gestos a quien no le nace.

La habilidad reside en no depender de la justicia divina, sino en convivir con lo que tenemos para hacer de las pequeñas cosas grandes experiencias. La meritocracia en la vida cotidiana a veces no resulta, aunque duela admitirlo. El tiempo es ahora sin depender de lo que hiciste en el pasado si es que deseas cambiar la rutina. Y dicho cambio no debería arrastrar lo que quisiste antes, sino lo que quieres para ti desde este preciso instante.