El alcohol medicinal para el alma
Cuando me raspaba de niño, mi madre utilizaba alcohol para limpiar mis heridas. Ahora, que ya crecí, las heridas pasaron al reverso de mi piel y me arden el alma. Como el alcohol no puede traspasar mis poros, decidí beberlo para cicatrizar desde adentro el malestar.
Las consecuencias resultaron ser las inesperadas: una confesión sincera, la derrota de una promesa, uno que otro escupitajo al espejo y una lágrima ahogada en la garganta macerada en pisco. Ya es tarde como para arrepentirse, creo, y la resaca es como el friecito que se siente cuando se curan las heridas con alcohol medicinal, algo confortable, pero también doloroso.
Ahora queda poner la curita, esa cosa llamada excusa, para que deje de brotar sangre en donde había una promesa. Cerrar la botella de alcohol, guardar el algodón y decirme que ya no duele, que los niños viejos no lloran, que creo sentirme bien…