Creo haber adivinado en quien no me convertí cuando echo a la basura la ropa, a pesar de ser nueva, que jamás usaré. Un montón de camisas muy indicadas para los lugares menos indicados para lo que me convertí y un tanto de corbatas que solo estrenaba para gente muerta y en las ocasiones en las que debía ser menos yo para que yo pueda conseguir un trabajo. Es que así solo me entero que la ropa que alguna vez tuve fue un discurso que planteé para convertirme en lo que prometía ser. Solo que ahora las promesas del «cuando sea grande» transcurren en una edad en la que acepto ser cada vez más pequeño y mi ropa no es otra cosa de lo que me sirva para abrigarme en los colores que adornan mi vida. Y lo demás solo pretensiones de lo que el mundo te exije aunque nadie se preocupe por ti.
La ropa


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