Hay un momento de la tarde en el que las casitas de Ancud parecían invitarme a soñar que detrás de cualquier puerta estaba quien de un beso se robó mi cordura. Y andaba así pendiente de las caras, cada una menos conocida que la otra y, aunque la geografía nunca haya dado la razón a mis corazonadas, seguía imaginándome la vida, nuestras vidas, detrás de cualquier puerta. No hacía falta mucho espacio para soñar a lo grande: verte tender la ropa en camisón, discutir de los impuestos y callarnos sin sentirnos lejos esperando que la tarde se haga infinita en el dominó o en la cena antes de desnudarte quitándote el mismo camisón…
Que las casitas de Ancud guardaron los sueños de que los sueños no son tan imposibles cuando vives para soñar.


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