¡Carajo, me enamoré de una señorita!

Una pregunta para los caballeros. ¿Has ido a una fiesta con la chica que más te gustó en algún momento? Seguro que sí, más aún cuando eres víctima del friendzone y apuesto a que pasaste por lo mismo que yo, cuando en plena juerga veraniega te sientes orgulloso de esa persona en especial. A ver, comienzo con la anécdota.

Hace unas semanas fui a Coco’s Beach, un local sureño en la playa El Silencio. Juerga, litros de licor y muchas chicas con ropas putañeras para provocar las miradas, o decir discretamente «soy amiguera, pero mi cuerpo es para otro». Bueno, ocurre que fui con un grupo de amigos y una chica en especial que me gustó hace muy buen tiempo. Mientras el alcohol cobraba sus primeras víctimas, miré a mi alrededor en un chispazo de lucidez y concluí lo siguiente:

«¡Qué raro! ¿Por qué justo la chica que más me gustó es la que menos ropa putañera viste en un tono de este calibre? O sea, ¿esta es la prueba irrefutable -por método comparativo- que me atrajo más una chica por su personalidad que por las carnes que se maneja? ¡Carajo, he madurado porque me enamoré de una digna señorita!».

Claro, para esto recordemos a Aristóteles quien señaló que una vía externa de la felicidad es un mínimo de placer intelectual y físico, pero ¿quién no es feliz con las imperfecciones y sobrevive para contarlo? Exacto, el placer de sobrevivir para contarlo, como los veteranos de guerra… o como diría Pelo Madueño, en la peor de las guerras.