Escribir es una ocupación que se alimenta de sacrificios

Recuerdo que en la novela ‘Tinta Roja’, escrita por Alberto Fuget, uno de los personajes afirma que un escritor puede dejar de escribir por un buen tiempo luego de haber dejado todo en el papel. Eso realmente es muy cierto, me pasa ahora que veo hacia atrás y reconozco que la llama por contar historias ha vuelto a mi vida. Sin embargo, las características de esta pasión ahora son diferentes: ya no soporto crear poesía y prefiero ser sincero con palabras directas que con cursilerías que recuerdan mi pasado inmaduro.

La llama creativa e inspiradora que renace nuevamente en mi vida no ha sido gratuita, pues perdí muchas cosas para sentir cierto grado de inestabilidad emocional, algo que ayuda a la sensibilidad para hallar temas hasta en lo más sencillo. Incluso, reconozco que buscaba emociones fuertes y en el camino debo admitir que hasta engañé a las personas que más me querían para encontrar el arte.

Ahora siento que he hecho sacrificios para estar lúcido de ideas y pasiones desatadas que pueden, no obstante, herir a quienes les importan mi bienestar. Reza el dicho de que no valoras lo que tienes hasta que lo pierdes, algo muy cierto y como que vengo en una cadena imparable de pérdidas, algunas intencionadas, para reunir valores y darles aliento en una publicación.

Escribir siempre es un sacrificio, desde el inicio para hallar la inspiración hasta cuando dejas parte de tu experiencia en el punto final del texto. No estoy hablando de crear ficciones, como los cuentos, sino de escribir para contar una sensación directa e informativamente pasional. Como pensaría Martín Heidegger, algo de nosotros dejamos en lo que viene a ser la ‘cosidad’ de la ‘cosa’; es decir, de las obras que creamos como entes de nuestro mundo.