María y Rubén

La noche oscurecía la ciudad belga de Amberes cuando María y Rubén, una pareja de tortolitos holandeses, entraron como dos chiquillos divertidos al dormitorio del hostel. Ambos llevaban un paquete oscuro, algo que cargaban con suma ansiedad y que soltaron inmediatamente sobre el camarote que habían reservado.

Luego echaron un vistazo rápido por la habitación para saber si había alguien más en las demás camas del albergue. No querían un testigo para lo que sea que estaban planeando, pero no contaron con la presencia de quien ahora cuenta estas líneas.

Yo estaba echado en la cama superior del camarote cuando María me mira con sorpresa con sus ojos azules  y saltones, para luego saludarme en inglés y soltar una carcajada nerviosa. Rubén voltea inmediatamente al escuchar la voz de su amada saludando a un extraño en la habitación, por lo que corrió hacia ella y aprovechó para tenderme la mano.

Con qué cara los habré visto que ellos se dieron cuenta que andaba con la seria duda de lo que ambos pensaban hacer si es que yo no me encontraba en la habitación. Debo admitir que tengo expresiones faciales muy evidentes, más aún cuando me entra curiosidad.

María se ríe aún más y me acerca los misteriosos paquetes que ambos habían metido a la habitación. «¡Mira lo que hemos traído!», me dijo divertida y sin tapujos.

No hacía falta saber francés, neerlandés o español para entender que ambos paquetes eran dos trajes temáticos de Navidad. Pero no cualquier traje por fiestas: bastó con observar la etiqueta para entender inmediatamente que fueron comprados en un sex shop.

«¡Los usaremos ahora!», ambos dijeron al unísono mientras se desvestían.

¡Yo no sabía donde mirar! Digamos que fui cómplice de ellos al observar mi celular en todo momento y evitar así observar algo por casualidad. Si tuvieron la confianza para contarme su travesura, al menos debo ayudarlos en algo, pensé.

«¡Ya estamos listos!», exclamó María con algo de rubor en sus mejillas. «¿Puedes tomarnos unas fotos?».

Me reí a carcajadas y acepté nervioso, tanto que les hablé en español por un instante. Les tomé como cinco o seis fotos, todas sumamente inocentes, nada tan escandaloso.

Luego de tan divertida escena, María y Rubén se volvieron a desvestir para ponerse la pijama, siempre riendo de la travesura que acababan de hacer y de la cual fui cómplice.

Verlos juntos era tan placentero, porque veía en ellos una complementariedad envidiable. Dos locos que han hecho del amor una escena en la que ambos preparan para dar lo mejor de ellos, para abandonar el ridículo y la vergüenza ajena para divertirse solo como ellos saben: disfrutando de sus excentricidades, saliéndose de las líneas de lo predecible, escribiendo un guión nuevo sin métricas ni formatos ante lo incierto.

Hoy en día recuerdo esta anécdota con sumo cariño. Me pregunto en qué aventuras andarán María y Rubén. Quizá sigan juntos o quizá no. Nunca lo sabré a ciencia cierta, pero lo que sí sé ahora es qué sentir cuando me divierta con alguien sumamente especial. Gracias María. Gracias Rubén.