Conversando con la almohada

«Es mejor consultar las cosas con la almohada a tiempo que perder el sueño por su causa después»
Baltasar Gracián

La peor impaciencia de todas es soportarse cuando conversa con la almohada. De hecho, este elemento de cualquier dormitorio del mundo aguarda más secretos que las paredes de nuestra casa, ya que sobre ella recostamos los sueños y absorbe el aroma natural de nuestros cuerpos cada mañana -o de alguna acompañante casual-.

El problema es que nunca contesta, solo escucha una que otro rezo antes de dormir o el sollozo ahogado por la impotencia. ¿Qué nos dirían las almohadas si dialogáramos cada vez con ellas? Quizás nos conozca más de lo que creemos, pues somos seres vulnerables en el cuadrilátero donde reposa nuestro cuerpo tendido y semidesnudo, un ring donde batalla la fatiga y las aspiraciones lúcidas antes colapsar en profundo sueño.

Esto me recuerda, inevitablemente, un primer post de un antiguo blog mío hace 8 ó 9 años. «Lo más cercano que estuve del suicidio fue echarme en la cama y dormir desde temprano para nunca despertar. Y lo más cercano a un suicidio frustrado fue encontrar una buena película en la madrugada». La almohada, en este contexto, sería la soga que nos ahorca, como los brazos de Morfeo estrangulando nuestro cuello, para descansar finalmente en paz, quitándonos el aire a pocos con delicia, un artilugio de tortura para quienes sueñan en la intimidad creyendo ser invencibles.

Foto: DeWithers – Wikimedia Commons. Bajo licencia de Creative Commons