Un hasta luego que no cumplí

Y el siguiente café que juré invitarle a Diana será express. No lo digo, porque no me gusta el Moka o el Capuccino, sino porque sencillamente ella no está aquí, en Lima la terrible. Y esa taza de café no tiene más destino que una caja cartón para su viaje directo a los Estados Unidos. Allá, donde Diana fue para no volver a una ciudad donde las oportunidades laborales dejan mucho que desear, y la suerte del país del norte parece merecer a todos, aunque la carrera por ello sea la más difícil.

De Diana no hay más memoria visual que la tarde del verano del año pasado en que la conocí: en la pista de manejo del Touring. Yo, un Meteoro de Crazy Combi. Ella, pues, el retrato amarillo de mi recuerdo fotocopiado, maltratado por el tiempo, porque poco me acuerdo de aquella primera vez que hablamos.

-¿Y por qué guardas el periódico pasado?- me preguntó mientras veía dentro de mi bolso.

El auto iba de regreso a la academia de manejo por la Panamerica Sur. La brisa solía despeinarla mientras la velocidad aumentaba. Su curiosidad me llamaba la atención mientras el sol anaranjado se sumergía en el mar de Conchán. Cuando supe que las clásicas preguntas que todo hombre siempre hace a una mujer (1. ¿Cómo te llamas? 2.¿Por dónde vives? 3.¿Qué estudias?) pasaron en creces, sentí anotar a alguien más en la lista de amigos hecha por hojas de cuadernos A5. Pequeñita como una libreta. Como una libreta que se lleva consigo siempre.

Los dimes y diretes parecía no acabarse, a pesar que la academia nos echaba a la calle, porque las clases y todo el programa de educación vehicular había terminado. Y fue cuando, tras una gran valentía de mi parte, le invité un café, con poca azúcar, quizás un croussant, como diría Ricardo Arjona en una canción que me hacía recordar que suelo jugar como nunca, pero perdía como siempre.

Alejando las canciones dulces-diabéticas de Arjona en un suspiro, el café tuvo lugar un local cercano a Miraflores. Ella, dependiente del reloj lo miraba con amenaza para que ande para atrás, para hacer más larga la conversación. Y no se trata de cualquier conversación. Y no lo digo porque sea la mía específicamente la que estoy contando, sino porque son de aquellas que se llevan a cabo sin tener cabo de inicio ni cabo de final. Aquellas que suceden porque pasan, y pasan porque suceden e importan, porque son importantes. Es un silogismo entre la razón y la inspiración de la tertulia improvisada. El arte del buen verso, que no resultó ser poesía de mi parte, porque sería algo comprometedor en un primer encuentro hacerlo, pero es poesía ahora, porque es recuerdo.

Ahora que lo pienso, quizás sea el recuerdo que yo quiero tener. ¿Y si perdí veracidad? Pues, si Diana lee esto, pues le pediría que me engañe un rato para creer que la vida son los recuerdos que uno tiene sin el trajín de parchar huecos donde cabe la verdad. Cruda verdad, a veces. Jodida verdad la mayoría.

Y el café se terminó, como se termina este post dedicado desde tiempo atrás a Diana, aquella chica que me acompañó a un café endulzado por la nicotina que consumí. Ella con un jugo que no recuerdo bien de qué era. «Nos vemos luego, para otro café», recuerdo haberle dicho luego de rozar su mejilla por última vez. Y así pasó el tiempo en un luego que tardó demasiado, como para que Diana tome un avión directo a los Estados Unidos, llevándose el azúcar dulce de una tertulia que no propuse luego, llevándose la taza que contiene el recuerdo pasado de una sonrisa vertida en un café barato por la avenida Arequipa.

Y hoy que está lejos, y estaba hace un rato en el MSN, pues le juré un luego dos cosas: escribirle estas humildes palabras y enviarle algún chocolate peruano para saborear mejor la experiencia de ser extranjero. El frío cala ahora en sus hombros, la gripe y el estornudo es la imagen que me produce al leer sus nicks tristes, aunque rodeado de corazones.

Pues no hay otra cosa más por decir que los destellos brillantes que la lucidez me permite al recordar a Diana…

Y otro destello se enciende en mi cabeza

¿Me aceptarías otro café?