Aunque unas caigan sobre el pavimento

No son gotas de agua las que caen sobre tu cabeza cuando llueve, sino lágrimas de ángeles que están hartos de la maldad humana. Y existe un pueblo, al que se llega precisamente estando perdido, donde las gentes salen a las calles con bateas y jarros para acumular todas las lágrimas posibles para luego beberlas, ya que son tan nefastos que necesitan las lágrimas de los entes alados para poder llorar en la vida real…

Algo así te hubiera respondido hace años sobre qué pienso de la lluvia. Exacto, así era mi imaginación hasta que, por cosas del destino, la censuré para evitar mayores estribaciones del amor, así como la poesía que recién acabo de recuperar.

¿Se acuerdan que llovió algunos días de verano en Lima? Yo me acuerdo bien, ya que mi estabilidad emocional pendía de un hilo, temiendo caer como cada gota que se estrellaba contra el suelo. «Ahora sí, ya no te quiero ver en mi vida», me dijo por aquel entonces quien ahora quiere verme por mucho más tiempo en su vida. En ese momento, caminando a casa como un soldado moribundo con fusil hecho bastón, me acordé con cierta nostalgia el primer párrafo de esta publicación, preguntándome qué había sido de ese realismo mágico que fraguaba las heridas de una pasión.

A lo largo de tres años, siempre me creí un hombre seco de inspiración: la poesía estaba extinta y las novelas dejaron de fluir de mis manos mucho tiempo atrás todavía. Hasta mi consumo literario cambió radicalmente, sin dejar espacio a la creatividad, pero, como dice la salsa, no se puede corregir a la naturaleza.

La cautela de crecer tratando de ser invulnerables hace que olvidemos la mitad más bella de la vida: la exigencia constante de revelarnos siendo nosotros mismos, incluso en los instantes que más determinación requiere. Odia la sonrisa del cobarde, sino adora las lágrimas del valiente… Morir de pie que vivir de rodillas…

Toda esta filosofía vino a mi mente mientras veía las fotos de los jóvenes revolucionarios cubanos en el Museo de la Revolución. Veía sus rostros, sus edades, tan cercanas a las mías, y la frase del chileno Víctor Jara, si bien me acuerdo, al decir que todo revolucionario lo inspira el amor. Seguro que Cuba te trae ya ideas políticas actuales, pero no hablemos de eso, sino del motivo para empuñar un fusil y arriesgar la vida por la creencia de una vida mejor. No hablemos de todos los revolucionarios, ni de los más despiadados, hablemos de los que no aparecen en los libros de historia y en la última fila de las fotos amarillas en Sierra Leona. Ese, del soldado anónimo que es tan humano como el vecino, el panadero o el guachimán.

No trato de ser cursi -este blog no se trata de eso-, sino de señalar cómo las emociones más inexplicables y determinadas fueron hechas por un motivo mayor, como arriesgar la vida por un ideal para que pueda ser vivido por los demás. ¡Eso es el amor!, pienso, esa maquinación natural llena de incertidumbre e incomprensible por el ser humano que lo lleva a inmolarse buscando la felicidad, como los poemas en forma de besos huérfanos que buscan la boca de mi musa, soltadas al viento tal gotas de lluvia que germinan las flores en tierra, aunque unas caigan sobre el pavimento.

Foto: Mimi7 – Devianart. Bajo licencia de Creative Commons