Hay quienes no se pueden enamorar… y no porque no quieran

Hace unas semanas me reencontré con una vieja amiga de hace siete largos años. Teníamos muchos temas por hablar, como nuestras carreras profesionales, metas personales, expectativas en la vida y sobre cómo nos trató el amor. La imagen de ella era nueva: no era más la niña de lentes gigantes, sino toda una abogada de la Universidad de Lima e independiente en todo el sentido de la palabra.

Recuerdo que comenzó a hacer sus pininos en una importante empresa y mantiene su nuevo auto Toyota Yaris como si de una ejecutiva se tratara. Sin duda, con una mano en el pecho, pues resulta ser una mujer que realmente debería llamar la atención de todo enamoradizo distraído. Grande fue mi sorpresa al saber que en toda su vida solo tuvo un enamorado, algo que me pareció injusto pese a su gran personalidad y ambición profesional.

La vida no es justa, siempre lo digo, pero su caso me pareció extremo. Conversando con ella pensé que la vida es como una suerte de proporciones naturales. Por ejemplo, alguien puede ser muy bueno en los estudios universitarios, pero pésimo en cosas prácticas o manualidades. O hay quienes tienen mucha suerte en nacer en una casa repleta de lujos, pero sin nada que los llenen como personas. Como que cada sujeto es una mezcla perfecta entre ausencia y presencia de valores innatos.

Me daba curiosidad saber cómo hacía para aguantar todo ese cariño reprimido que busca alguien especial, pero que en 23 años aún no se encomendado. Me contestó que aún no llega el indicado, pero eso no quita que se haya enamorado efectivamente. Quizás esté enamorada del amor y busca un plan que no pueda fallar a largo plazo. Sea como fuese, sí que la vida es injusta o, mejor dicho, proporcionalmente injusta.